Víctima de un puesto que puede poner en juego su corona, Diego Armando Maradona transita las horas más importantes de su corta carrera como DT de
Hasta hace unos meses todos eran de Huracán. Tal vez porque Ángel Cappa representaba –y lo sigue haciendo- el estereotipo de un héroe romántico, con algo de rebelde y revolucionario, que levantaba la bandera de la estética futbolística y el pase como método, y no como lujo innecesario, en un medio que se hunde cada vez más en la mediocridad, víctima de un resultadísmo feroz. O tal vez ese Huracán, modesto embajador de Parque Patricios devenido en el equipo de todo un país, generaba simpatías por la misma lógica por la cual se alienta a un ignoto número 200 del mundo frente al monumental Roger Federer: el triunfo de los más débiles. O quizás sólo jugaba muy bien, como si fuera de otra época. Huracán, de la mano de su sanguíneo entrenador y con un plantel acotado en nombres –en la previa- propuso un virtual túnel del tiempo a aquellas épocas donde todavía los arqueros usaban boina y la familia iba toda junta a la cancha. Al equipo donde brillaban Javier Pastore y Matías De Federico no le sobraba plantel ni posibilidades, pero tenía una idea clara.
Sin embargo la historia contará que el Globo no ganó y que el Tiki Tiki fue solamente un fenómeno efímero, el último embate desesperado de una filosofía en decadencia, a la que se la han devorado palabras como “equilibrio” y “huevos”. Porque la historia la escriben los que perduran, y el Vélez de Ricardo Gareca, un gran equipo pero con una visión de juego diametralmente distinta, hoy es sensación, mientras que el Huracán de Ángel Cappa mira a todos desde abajo, víctima del saqueo de sus figuras. A veces donde hay ideas claras, no hay exponentes. Pero si hay algo que logró ese Huracán fue reafirmar que donde existe una idea que funcione como hilo conductor, existe lo esencial, algo que la carencia muchas veces no puede soslayar.
Desde que se hizo cargo de la Selección Argentina , Diego Armando Maradona realizó 11 convocatorias, entre amistosos internacionales y partidos por las Eliminatorias Sudamericanas. En total citó a 80 jugadores: 7 arqueros, 24 defensores, 30 volantes y 19 delanteros. Le volvió a dar oportunidades en el equipo mayor a jugadores que parecían fuera de cualquier consideración, como Martín Palermo o, recientemente, Pablo Aimar, y varió la táctica como quien cambia de camiseta, pasando del clásico 4-3-1-2, con enganche definido, al 4-4-2, con doble cinco y dos carrileros. Nombró a Javier Mascherano como su capitán, bendijo a Lionel Messi como “su” Maradona y absolvió a Juan Sebastián Verón con la titularidad indiscutida.
Sin embargo la selección nunca encontró una línea de juego, y cuando los resultados dejaron de acompañar, cayó en un pozo que pone en duda su presencia en el Mundial de Sudáfrica 2010. A días de los dos partidos decisivos con Perú y Uruguay, la abundancia de jugadores que dispone para armar el primer equipo parece haber desorientado al seleccionador nacional, como se desorienta un glotón en un tenedor libre: quiere comer de todo y tanta cantidad, que termina parado frente a la parrilla pensando durante horas.
Resulta curioso como funciona la mente de la mayoría de las personas. Pareciera carecer de la alarma que avisa cuando es suficiente; ese filtro que permite diferenciar lo conveniente de lo estéril. Diego, cuya mente funciona al igual que la de cualquiera, por el simple hecho de que es un ser humano -aunque muchos medios hayan querido hacer creer lo contrario-, nunca encontró el equipo por el simple hecho de que él mismo aún no se encuentra. Vaga perdido en la abundancia de los nombres que tiene a disposición el Director Técnico de un seleccionado argentino.
En el desorden que genera esta abundancia se puede encontrar la solución a todos los problemas del seleccionado. Ella fue la que llevó a Maradona a querer agolpar en el ataque a, posiblemente, los tres mejores delanteros argentinos que existen -Messi, Agüero y Tevez-, sin entender ni por un segundo que ellos no se complementaban, sino que se superponían. La misma abundancia lo forzó a situar a Fernando Gago por la derecha, un puesto que no siente, para darle el centro de la cancha en soledad a Mascherano. Y finalmente, fue la que lo hizo probar arquero tras arquero, como quien llena el paño de la ruleta esperando que, por algún golpe de la suerte, un número lo convierta en millonario. Quien se pierde en esa abundancia se maneja con la lógica de que a mayor porcentaje de calidad individual dentro de una cancha, mejores serán los resultados del equipo. Y esto no siempre es así: los famosos “Galácticos” del Real Madrid son el ejemplo más fresco y vigente.
Sin ánimo de caer en comparaciones odiosas o en antagonismos sin sentido –esos que son tan comunes en el mundillo de la pelota-, Marcelo Bielsa es el ejemplo de un técnico al que nunca lo abrumó la abundancia ni se sintió perdido en ella. Mucho habrá para achacarle al nuevo prócer trasandino, pero si hay algo que tenía en claro era su idea futbolística y nunca permitió que la infernal cantidad de nombres que tenía a su disposición lo apartaran de esa idea. Tanto es así que en su esquema Juan Román Riquelme no tenía lugar, ni había espacio para que Gabriel Batistuta y Hernán Crespo jugasen juntos.
El Diego DT deberá repensar su estrategia al frente del seleccionado argentino. Tendrá que entender que con 3 días de trabajo antes de cada partido no podrá formar un equipo agolpando jugadores en posiciones que no sienten. Es imperativo que encuentre su idea original, esa que le permita delinear un plan de acción, para luego de eso -y solo luego de eso- poder decidirse por los intérpretes.
El Huracán de Ángel Cappa ya dio muestras de que una idea y una filosofía pueden vencer a la carencia. Si Diego no logra esto estará condenado a repetir la historia de aquel que entró al tenedor libre más famoso de la ciudad con el objetivo de comer cuanta cosa encontrara, pero se vio tan abrumado por las posibilidades que simplemente probó un choripán y un pedacito de vacío.
0 comentarios:
Publicar un comentario